La Vida Diaria
Jesús dejó una misión épica a sus seguidores: contarle al mundo de su amor y de su promesa de regresar, y cuidar de las personas así como él lo hizo.
El riesgo bien valió la recompensa. La iglesia, que es seguidora de Jesús, es llamada e inspirada a actuar como él: sirviendo desinteresadamente a otros, apoyándose en Dios en busca de fortaleza, incorporando la Palabra de Dios y contándole al mundo de su amor. Todos son iguales en Cristo: hombres y mujeres, ricos y pobres, sin importar su trasfondo o etnia.
La iglesia fomenta el apoyo y el aliento mutuos al pasar tiempo juntos en adoración y estudio de la Biblia. Los cristianos celebran el pacto de Jesús con ellos por medio de la ceremonia de la Santa Cena, que recuerda el ejemplo de servicio y sacrificio de Cristo. La iglesia celebra la salvación de cada miembro mediante el ritual del bautismo por inmersión. La iglesia es las manos y los pies del “cuerpo de Cristo”.
Jesús prometió que todo lo que había hecho en esta tierra, también lo haría por medio de su iglesia. Sí, somos un pálido reflejo de la perfección de nuestro Salvador, pero Jesús sigue siendo la cabeza de su iglesia. A pesar de nuestras imperfecciones, en su gracia y mediante el poder de su sacrificio redentor seremos una deslumbrante nueva creación.
En los últimos días del mundo, cuando gran parte del mensaje de Dios haya sido descuidado y descartado, Dios nos llama a recordar los sellos distintivos de su verdad. El libro de Apocalipsis nos habla de tres ángeles enviados a este planeta con un mensaje final de esperanza y advertencia. La historia de ellos simboliza la misión divina para su pueblo en el tiempo del fin.
El Espíritu Santo nos capacita individualmente con nuestros propios dones espirituales, con capacidades con las cuales compartir el amor divino y fortalecer a otros. Ya sea al enseñar y predicar, al brindar aliento y profetizar, el Espíritu ha otorgado a la iglesia todos los dones que necesita para cumplir su obra.
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Los diez mandamientos nos muestran la voluntad y el amor de Dios por nosotros. Sus consejos nos dicen cómo relacionarnos con Dios y los demás. Jesús vivió la ley cómo nuestro ejemplo y perfecto sustituto.
Los grandes principios de la ley de Dios están incorporados en los Diez Mandamientos y ejemplificados en la vida de Cristo. Expresan el amor, la voluntad y el propósito de Dios con respecto a la conducta y las relaciones humanas, y están en vigencia para todos los seres humanos de todas las épocas. Esos preceptos constituyen la base del pacto de Dios con su pueblo y la norma del juicio divino. Por medio de la obra del Espíritu Santo señalan el pecado y avivan la necesidad de un Salvador. La salvación es sólo por gracia y no por obras, pero su fruto es la obediencia a los mandamientos. Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y da como resultado una sensación de bienestar. Es una evidencia de nuestro amor al Señor y preocupación por nuestros semejantes. La obediencia por fe demuestra el poder de Cristo para transformar vidas y por lo tanto fortalece el testimonio cristiano
(Exodo 20:1-17; Salmos 40:7-8; Mateo 22:36-40; Deuteronomio 28:1-14; Mateo 5:17-20; Hebreos 8:8-10; Juan 15:7-10; Efesios 2:8-10; 1 Juan 5:3; Romanos 8:3-4; Salmos 19:7-14). -
El sábado es el don que Dios nos ha dado, un momento para el descanso y la restauración de nuestra conexión con Dios y nuestro prójimo. Nos recuerda de la creación de Dios y la gracia de Cristo.
El benéfico Creador descansó el séptimo día después de los seis días de la creación, e instituyó el sábado para todos los hombres como un monumento de su obra creadora. El cuarto mandamiento de la inmutable ley de Dios requiere la observancia del séptimo día como día de reposo, adoración y ministerio, en armonía con las enseñanzas y la práctica de Jesús, el Señor del sábado. El sábado es un día de agradable comunión con Dios y con nuestros hermanos. Es un símbolo de nuestra redención en Cristo, una señal de santificación, una demostración de nuestra lealtad y una anticipación de nuestro futuro eterno en el reino de Dios. El sábado es la señal perpetua de Dios del pacto eterno entre él y su pueblo. La gozosa observancia de este tiempo sagrado de tarde a tarde, de puesta de sol a puesta de sol, es una celebración de la obra creadora y redentora de Dios
(Génesis 2:1-3; Exodo 20:8-11; Lucas 4:16; Isaias 56:5-6; 58:13-14; Mateo 12:1-12; Exodo 31:13-17; Ezequiel 20:12, 20; Hebreos 4:1-11; Deuteronomio 5:12-15; Levíticos 23:32; Marcos 1:32). -
Dios nos hace responsables de nosotros, el mundo, nuestros prójimos y los recursos materiales. Cuando vivimos para él, Dios bendice nuestros esfuerzos.
Somos mayordomos de Dios, a quienes él ha confiado tiempo y oportunidades, capacidades y posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus recursos. Somos responsables ante él por su empleo adecuado. Reconocemos que Dios es dueño de todo mediante nuestro fiel servicio a él y a nuestros semejantes, y mediante la devolución de los diezmos y las ofrendas para la proclamación de su evangelio y para el sostén y desarrollo de su iglesia. La mayordomía es un privilegio que Dios nos ha concedido para que crezcamos en amor y para que logremos la victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se regocija por las bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad
(Génesis 1:26-28; 2:15; 1 Crónicas 29:14; Hageo 1:3-11; Malaquias 3:8-12; 1 Corintios 9:9-14; Mateo 23:23; 2 Corintios 8:1-15; Romanos 15:26-27). -
Dios nos llama para que vivamos a la luz de su gracia, sabiendo el costo infinito que Dios pagó para salvarnos. Mediante el Espíritu glorificamos a Dios con nuestra mente, cuerpo y espíritu.
Se nos invita a ser gente piadosa que piense, sienta y actúe en armonía con los principios del cielo. Para que el Espíritu vuelva a crear en nosotros el carácter de nuestro Señor, participamos solamente de lo que produce pureza, salud y gozo cristiano en nuestra vida. Esto significa que nuestras recreaciones y entretenimientos estarán en armonía con las más elevadas normas de gusto y belleza cristianos. Si bien reconocemos las diferencias culturales, nuestra vestimenta debiera ser sencilla, modesta y pulcra como corresponde a aquellos cuya verdadera belleza no consiste en el adorno exterior, sino en el inmarcesible ornamento de un espíritu apacible y tranquilo. Significa también que puesto que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo, debemos cuidarlos inteligentemente. Junto con la práctica adecuada del ejercicio y el descanso, debemos adoptar un régimen alimentario lo mas saludable posible, y abstenernos de alimentos impuros identificados como tales en las Escrituras. Puesto que Ias bebidas alcohólicas, el tabaco, y el empleo irresponsable de drogas y narcóticos son dañinos para nuestros cuerpos, también nos abstendremos de ellos. En cambio, nos dedicaremos a todo lo que ponga nuestros pensamientos y cuerpos en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere que gocemos de salud, de alegría y de todo lo bueno
(Romanos 12:1-2; 1 Juan 2:6; Efesios 5:1-21; Filipenses 4:8; 2 Corintios 10:5; 6:14 – 7:1; 1 Pedro 3:1-4; 1 Corintios 6:19-20; 10:31; Leviticos 11:1-47; 3 Juan 2). -
El hombre y la mujer, creados a imagen de Dios, están diseñados para vivir en relación. El matrimonio es el ideal divino para vivir en armonía, y para que los niños crezcan en seguridad y amor.
El matrimonio fue establecido por Dios en el Edén y confirmado por Jesús, para que fuera una unión por toda la vida entre un hombre y una mujer en amante compañerismo. Para el cristiano el matrimonio es un compromiso a la vez con Dios y con su cónyuge, y este paso debieran darlo sólo personas que participan de la misma fe. El amor mutuo, el honor, el respeto y la responsabilidad, son la trama y la urdimbre de esta relación, que debiera reflejar el amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de la relación que existen entre Cristo y su iglesia. Con respecto al divorcio, Jesús ensenó que la persona que se divorcia, a menos que sea por causa de fornicación, y se casa con otra, comete adulterio. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser ideales, los socios en la relación matrimonial que se consagran plenamente el uno al otro en Cristo pueden lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y al amante cuidado de la Iglesia. Dios bendice la familia y es su propósito que sus miembros se ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los padres deben criar a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Mediante el precepto y el ejemplo debieran enseñarles que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es tierno y que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que Ileguen a ser miembros de su cuerpo, la familia de Dios. Una creciente intimidad familiar es uno de los rasgos característicos del último mensaje evangélico
(Génesis 2:18-25; Mateo 19:3-9; Juan 2:1-11; 2 Corintios 6:14; Efesios 5:21-33; Mateo 5:31-32; Marcos 10:11-12; Lucas 16:18; 1 Corintios 7:10-11; Exodo 20:12; Efesios 6:1-4; Deuteronomio 6:5-9; Proverbios 22:6; Malaquias 4:5, 6).